Sobre Los cuerpos rotos, de Enric Puig Punyet
Escrito de urgencia durante el confinamiento de abril y mayo, y publicado de urgencia en julio por Clave Intelectual -no por casualidad en su serie “Urgentes”- el lúcido ensayo de Enric Puig Punyet va más allá de la transcripción de las reflexiones surgidas a raíz de la extrema anormalidad en la que fue escrito. La pregunta a la que Los cuerpos rotos no deja de darle vueltas a lo largo de un centenar y pico de páginas nos ha martilleado a todas las personas confinadas durante esta pandemia: “¿Qué nos ofrece un cuerpo?”.
El claro y didáctico avance en espiral del discurso de Los cuerpos rotos lo que hace es ir inyectando dosis de complejidad a esa pregunta, para mostrar cómo no puede hallar respuesta satisfactoria así planteada. Y que las simplezas con la que otros escritos urgentes han tratado de aleccionarnos respondiendo desde la frivolidad. el sentimentalismo o el cinismo a esa pregunta no han ayudado a despejar el panorama acerca de qué vamos a hacer con nuestros cuerpos cuando todo esto termine, si es que termina y si es que nuestro cuerpo ha logrado sobrevivir.
Porque como Puig Punyet desvela existen dos ideas latentes en lo que ha ido publicándose sobre las experiencias del confinamiento selectivo, desigual y clasista al que nos han sometido: una que hace furor entre los tecnócratas de izquierda asume que la función del cuerpo se ha convertido ya en anacrónica. La otra subyace en cambio entre los tecnócratas de derechas y afirma que la necesidad del uso del cuerpo es algo propio de las clases subalternas.
Ambas ideas latentes -como ocurre con casi todo lo que esta pandemia ha dejado en evidencia- estaban ya asumidas y habían empezado a desarrollar sus deletereas consecuencias, en manos de tecnócratas de ambos sentidos, mucho antes de que el virus coronado hiciera irrupción en nuestras vidas.
Pero Los cuerpos rotos no se quedan en una mera crítica de los mecanismos del biopoder sobre los cuerpos, idea viejuna aunque vigente. El objetivo es más ambicioso, por actual y perentorio: extraer consecuencias definitivas para repensar las relaciones entre los cuerpos humanos y no humanos y para ser conscientes de que las fronteras entre naturalia y artificialia -ese viejo tema que otras veces se ha abordado aquí y que nos pre-ocupa en “Anatomías urbanas” sea en el siglo XVII o en el XXI- han saltado de nuevo por los aires y esta vez de un modo definitivo.
O asumimos esa realidad que ya está aquí (y que lo estará aún más por “la digitalización de la vida tras la covid-19” como reza el subtítulo del libro) o no obtendremos respuesta satisfactoria alguna a la pregunta de marras: ¿qué hacer con nuestro cuerpo a partir de ahora? ¿qué nos ofrece un cuerpo? ¿como restituirnos a la experiencia gozosa o dolorosa, amable o dura, relajada o tensa, de la in-determinación de los cuerpos vivos y nuestra multiforme relación con ellos?
El libro pretende también -o sobre todo- encontrar resquicios para liberar fuerza de resistencia frente a los nuevos mecanismos del miedo, que aspirarán -aspiran ya- a sujetar aún más los cuerpos. Pero hacerlo desde la complejidad señalada, no desde una aproximación emocional, esencialista y débilmente razonada. Y combatir lo que ya está aquí: esas “formas complejas y alarmantes de tecnosis que recaerán sobre los cuerpos más vulnerables del sistema”. Así es que:
Hoy urge prestarle especial atención a esta alarma, que será negada incansablemente en cada discurso que abogue por el automatismo como respuesta a lo que ha traído consigo la covid-19, un escenario que está y estará caracterizado por el miedo a cualquier cuerpo indeterminado, a cualquier cuerpo técnico que pueda seguir resistiéndose a su automatización.
Y de paso mantenerse alerta ante ciertos discursos fervientes de la nueva doxa posthumanista o transhumanista que están tan fuertemente ideologizados como los discursos tecnocráticos que pretenden combatir.
Los roturas del cuerpo propio, vividas de un modo u otro entre los apocalípticos igual que entre los integrados, no pueden hacernos olvidar el fondo de resistencia que se aloja en la infinidad de los cuerpos invisibles, los que ese repartidor de Glovo o esa operadora de Amazon representan en las páginas de epílogo de este libro escrito, leído y reseñado desde la urgencia de hacer frente a lo que ya está aquí.
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